Reflexión del Papa Francisco durante el Ángelus de este domingo 6 de abril
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma narra la resurrección de Lázaro.
Es la culminación de los "signos" prodigiosos cumplidos por Jesús. Es un gesto demasiado grande, claramente demasiado divino para ser tolerado por los sumos sacerdotes que, al conocer el hecho, tomaron la decisión de matar a Jesús. Lázaro llevaba muerto tres días cuando llegó Jesús. Y a sus hermanas, Marta y María, les dijo palabras que se han grabado para siempre en la memoria de la comunidad cristiana. Así dice Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida; Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; El que vive y cree en mí no morirá eternamente".
Considerando esta palabra del Señor, nosotros creemos que la vida de aquel que cree en Jesús y sigue sus mandamientos, después de la muerte se transformará en una vida nueva, plena e inmortal. Como Jesús ha resucitado con su propio cuerpo, pero no ha regresado a una vida terrenal, así nosotros resucitaremos con nuestros cuerpos que serán transfigurados en cuerpos gloriosos. Él nos espera junto al Padre. Y la fuerza del Espíritu Santo, que Le ha resucitado, resucitará también a quien está con Él.
Ante la tumba sellada del amigo Lázaro, Jesús clamó a gran voz: "¡Lázaro, sal fuera!". Y el muerto salió. Las manos y los pies atados con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Este grito perentorio está dirigido a todos los hombres, porque todos estamos marcados por la muerte, todos nosotros; es la voz de aquel que es el dueño de la vida y quiere que todos la tengan en abundancia. Cristo no se resigna a los sepulcros que nos construimos con nuestras elecciones del mal y la muerte, con nuestras equivocaciones y con nuestros pecados. Él no se resigna a esto. Él nos invita, casi nos ordena, a salir de la tumba donde nuestros pecados nos han hundido. Nos llama insistentemente a salir de la oscuridad de la cárcel donde nos hemos encerrado, contentándonos con una vida falsa, egoísta, mediocre. "¡Sal!", nos dice. "¡Sal!". Es una hermosa invitación a la libertad verdadera, ha dejarse atrapar por estas palabras de Jesús que hoy repite a cada uno de nosotros. Una invitación ha dejarse liberar de las "vendas", de las "vendas" del orgullo, porque el orgullo nos convierte en esclavos, esclavos de nosotros mismos, esclavos de tantos ídolos, de tantas cosas... Nuestra resurrección empieza a partir de aquí: cuando decidimos obedecer a esta orden de Jesús saliendo a la luz, a la vida; cuando de nuestro rostro caen las máscaras, tantas veces nosotros estamos enmascarados por el pecado, ¡las máscaras deben caer!, y nosotros encontrar el coraje de nuestro rostro original, creado a imagen y semejanza de Dios.
El gesto de Jesús que resucita a Lázaro muestra hasta dónde puede llegar la fuerza de la Gracia de Dios, y por lo tanto, hasta donde puede llegar nuestra conversión, nuestro cambio. Pero escuchad bien: ¡no hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! Acordaos bien de esta frase. Y podemos decirla todos juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! Digámosla juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! El Señor está siempre listo para levantar la piedra tumbal de nuestros pecados, que nos separa de Él, que es luz de los vivientes.