Acaban de volver los alumnos a las aulas, más de 600 mil en Sinaloa, cerca de 25 millones en el país… se incorporan a un sistema educativo con enormes retos y mayores deficiencias, y mientras autoridades y sindicatos trabajan en implementar la reforma educativa, que supuestamente impulsará el desarrollo educativo nacional, ¿qué hacemos los padres de familia?
El derecho a educar a nuestros hijos implica ejercer también, la responsabilidad que ello conlleva. Los padres no podemos ser ajenos a la educación, a la escuela y al proceso de enseñanza aprendizaje. Ciertamente que muchos padres tenemos graves carencias formativas y educativas que limitan nuestras capacidades, pero ello ni impide que podamos acompañar a nuestros hijos, conocer sus inquietudes y necesidades, apoyarlos en sus estudios y estar cerca de la institución educativa para fortalecerla y enriquecerla.
La educación no es, como usualmente se cree, una responsabilidad exclusiva de la escuela y los maestros; es ante todo una responsabilidad del padre de familia que debe velar por el mejor desarrollo de sus hijos, debe exigir, si, pero también apoyar al proceso educativo, brindar a sus hijos la oportunidad de crecer y vivir lo aprendido en la escuela y complementar el conocimiento con la apropiación y vivencia de lo aprendido.
La sociedad en su conjunto, debe buscar los mecanismos para apoyar al modelo educativo y lograr que éste avance de manera significativa en un breve periodo de tiempo, para que a la brevedad posible superemos la emergencia educativa que vive nuestro país y lo ha sumergido en una crisis política, económica y social de la cual no podrá recuperarse sin un cambio radical en la educación y sus frutos.
Especialmente en lo que se refiere a los valores, es indispensable que las familias fortalezcan su vivencia en la vida diaria. No porque se le diga al alumno que robar es malo, se convertirá en una persona honesta, sino por el ejemplo cotidiano de padres honrados que trabajan y se esfuerzan y le exigen que él también viva este valor convirtiéndolo en virtud. Como este, todos los valores son transformados en virtudes en el hogar o despreciados y olvidados; pero también la sociedad debe vivirlos, para que las familias puedan, además de ser ejemplo, motivar este proceso.