Todos los seres humanos compartimos la misma dignidad y el mismo valor, de ahí una larga lucha que se ha desplegado en defender los derechos de las personas para evitar discriminación por razones de credo, raza, convicciones políticas y otros muchos motivos más. Todos los derechos humanos deben ser respetados, pero debe existir una prelación entre ellos, como debe existir una prelación entre los que reciben la protección. Es decir, la vida es el mayor derecho que tenemos, ya que sin ella no podemos ejercer ningún otro, por ello, si alguien atenta contra la vida de otra persona se le puede privar de un derecho tan fundamental como el de la libertad de movimiento confinándolo a una prisión; del mismo modo, las personas más débiles deberán ser protegidas de las más fuertes, los ciudadanos del gobierno, el trabajador del patrón, el individuo de la colectividad… a eso, se le llama prelación.
Desgraciadamente hoy en día se abusa de los derechos humanos para permitir a cada cual hacer lo que le venga en gana, generando graves problemas al tejido social, no se protege al más débil, sino a las “minorías”, no se busca el valor más elevado, sino tener la posibilidad de ejercer la “libertad” en cualquier ámbito y a cualquier costo.
Lo preocupante es que cada vez son más insulsos los derechos que se defienden, mientras que derechos verdaderamente fundamentales van quedando rezagados, organizaciones supuestamente “progresistas” se olvidan de los más desamparados y voltean a causas más mediáticas que les permitan obtener la atención de los medios de comunicación y por ende acceder a más recursos de fondos públicos o privados.
En un mundo donde los niños son muchas veces privados del derecho a la vida o a una familia, los “defensores” de los derechos humanos pugnan por el “derecho” al aborto de las mujeres o el “derecho” al matrimonio de los homosexuales; en un mundo con un exceso de violencia física y psicológica, los ombudsman presionan para la liberación de los delincuentes y entorpecen las investigaciones policiales; en un mundo aquejado por la pobreza y la falta de educación, grupos pseudoecologistas defienden los intereses de grandes grupos petroleros. En un mundo cada vez menos democrático, grupos políticos defienden leyes cada vez más regresivas.
Los derechos humanos son para todos, pero primero para los más débiles y más necesitados; no podemos presumir de avances en los pequeños segmentos que favorecen a las minorías, cuando las grandes bases de la sociedad no están protegidas del abuso de unos pocos que por tener el poder político, económico o de facto, imponen sus condiciones al mundo.