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Desafíos pastorales sobre la familia

desafios-familiaPalabras del Santo Padre en la apertura de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos

El profeta Isaías y el Evangelio de hoy usan la imagen de la viña del Señor. La viña del Señor es su «sueno», el proyecto que el cultiva con todo su amor, como un campesino cuida su vina. La vid es una planta que requiere muchos cuidados.

El «sueno» de Dios es su pueblo: Él lo ha plantado y lo cultiva con amor paciente y fiel, para que se convierta en un pueblo santo, un pueblo que dé muchos frutos buenos de justicia.

Sin embargo, tanto en la antigua profecía como en la parábola de Jesús, este sueno de Dios queda frustrado. Isaías dice que la vina, tan amada y cuidada, en vez de uva «dio agrazones» ; Dios «esperaba derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos». En el Evangelio, en cambio, son los labradores quienes desbaratan el plan del Señor: no hacen su trabajo, sino que piensan en sus propios intereses.

Con su parábola, Jesús se dirige a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir, a los «sabios», a la clase dirigente. A ellos ha encomendado Dios de manera especial su «sueno», es decir, a su pueblo, para que lo cultiven, se cuiden de el, lo protejan de los animales salvajes. El cometido de los jefes del pueblo es éste: cultivar la vina con libertad, creatividad y laboriosidad.

Pero Jesús dice que aquellos labradores se apoderaron de la vina; por su codicia y soberbia, quieren disponer de ella como quieran, quitando así a Dios la posibilidad de realizar su sueno sobre el pueblo que se ha elegido.

La tentación de la codicia siempre está presente. También la encontramos en la gran profecía de Ezequiel sobre los pastores, comentada por san Agustín en su célebre discurso que acabamos de leer en la Liturgia de las Horas. La codicia del dinero y del poder. Y para satisfacer esta codicia, los malos pastores cargan sobre los hombros de las personas fardos insoportables, que ellos mismos ni siquiera tocan con un dedo.

También nosotros estamos llamados en el Sínodo de los Obispos a trabajar por la vina del Señor. Las Asambleas sinodales no sirven para discutir ideas brillantes y originales, o para ver quién es más inteligente... Sirven para cultivar y guardar mejor la vina del Señor, para cooperar en su sueno, su proyecto de amor por su pueblo. En este caso, el Señor nos pide que cuidemos de la familia, que desde los orígenes es parte integral de su designio de amor por la humanidad. Todos somos pecadores. También nosotros podemos tener la tentación de «apoderarnos» de la vina, a causa de la codicia que nunca falta en nosotros, seres humanos. El sueno de Dios siempre se enfrenta con la hipocresía de algunos servidores suyos. Podemos «frustrar» el sueno de Dios si no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. El Espíritu nos da esa sabiduría que va más allá de la ciencia, para trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad. Hermanos, para cultivar y guardar bien la vina, es preciso que nuestro corazón y nuestra mente estén custodiados en Jesucristo por la «paz de Dios, que supera todo juicio», como dice san Pablo. De este modo, nuestros pensamientos y nuestros proyectos serán conformes al sueno de Dios: formar un pueblo santo que le pertenezca y que produzca los frutos del Reino de Dios.