Si el conocimiento de la realidad le da madurez al niño para conocerse a sí mismo, respetar su cuerpo y crecer en afectividad, inteligencia, voluntad y conciencia, permitiéndole así el conocimiento de la verdad, entonces el niño será capaz de hacerse responsable ante sí y ante la sociedad de sus decisiones, primer paso fundamental para alcanzar la libertad.
También la libertad debe ser contemplada desde diferentes dimensiones: física, psicológica, legal, moral y religiosa.
La libertad física es exterior, significa la ausencia de obstáculos que impidan la libertad de tránsito, de acción, de movimiento; en segundo lugar está la capacidad del ser humano para auto determinarse, la toma de decisiones, el libre albedrío, ésta es la grandeza del hombre, su capacidad de auto control, esta es la libertad psicológica. La libertad legal, que son las disposiciones que regulan la vida de la persona en la sociedad, a veces prescribe obligaciones y en ocasiones proscribe conductas.
La libertad moral consiste en optar por valores, viviendo las virtudes, lo que da como resultado una vida recta y honrada; finalmente la libertad religiosa es el derecho a vivir con plena libertad las opciones que en conciencia se realizan sobre el significado y sentido último de la vida, se sea creyente o no. El ejercicio de esta libertad incluye tanto la vida privada como la pública, el testimonio individual y la presencia asociada, con e único límite de respeto al derecho de terceros
Cuando uno es capaz de vivir conforme a la libertad, desde la verdad, reconoce la existencia de los demás, los derechos de los demás, la dignidad de los demás… ello lo lleva al respeto del otro, de los otros; y conociendo y respetando a los otros, nace la paz en la convivencia cotidiana de la sociedad.
Cuando no educamos a los niños en la responsabilidad y en la verdad, la libertad se convierte en hacer todo aquello que soy capaz de hacer, sin importar las implicaciones físicas, psicológicas, legales, morales y religiosas que pueda tener.
Por eso existen virtudes fundamentales que se tienen que inculcar en nuestros hijos.
La templanza es la virtud que le permite a cada persona el dominio de sí mismo, ayuda a equilibrar el deleite con moderación y cuidado, ¿cuántas veces no hemos visto en un centro comercial a un niño al borde del ataque porque sus padres no le compraron algo que deseaba mucho? Estas son precisamente las oportunidades para educar la templanza, que significa vencer la inmadurez, permitiéndonos aprender a postergar y aceptar de manera equilibrada nuestras limitaciones y darnos cuenta de las cosas que no dependen de nosotros, y así no frustrarnos ante hechos que no están en nuestras manos resolver. Esto significa entonces educar también la voluntad de nuestros hijos, su capacidad para decidir sobre sí mismos y obligarse a hacer las cosas que tienen que hacer. Este reto no es sencillo, porque como también ya se dijo, implica que como padres seamos congruentes con ésta exigencia.