La acción educativa es intrínsecamente humanizadora, por ello está dirigida a la persona concreta, con sus éxitos y fracasos, virtudes y defectos, su intimidad y la cultura que le rodea, tomando en cuenta su naturaleza y su continuo perfeccionamiento. Por ello, en la crisis humanitaria que vivimos (no nos referimos solo a los problemas que vivimos en México, sino a la gran crisis por el cambio en los valores y su jerarquía) estamos llamados a recuperar y promover los aspectos principales e inseparables de la persona humana.
Esta persona humana no debe ser considerada sólo como individualidad absoluta edificada por y sobre si misma, como si sus características propias, dependieran sólo de ella, ya que formamos parte de un conjunto orgánico ordenado a un ecosistema con una naturaleza específica, además estamos vinculados por relaciones variadas según la diversidad de los tiempos y circunstancias, es decir, por una cultura concreta.
La persona, al conocer y amar la existencia de otros individuos y cosas puede trascender su existencia sirviendo a esos individuos y cuidando de esas cosas que forman parte del ecosistema que habita. En la medida que el ser humano es capaz de servir y cuidar, trasciende de sí mismo para convertirse en parte fundante de una comunidad, a la que imprime su sello característico, con la que se integra y funde, para crear una comunidad armónica que permite la realización de cada uno de sus integrantes.
Pero una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad trascendente de la persona humana, la cual no puede prescindir de la obediencia al principio de considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios para vivirla dignamente, tampoco puede destinar su esfuerzo exclusivamente a proyectos económicos, sociales o políticos, impuestos por autoridad alguna , ni siquiera en nombre del presunto progreso ya que el ser humano está llamado a vivir en y para el bien, la verdad y la belleza.
Las nuevas generaciones están particularmente ávidas de los valores trascendentes para poder vivir con mayor plenitud su propia humanidad, por ello es necesario que recuperemos el auténtico sentido de la verdad, la belleza y el bien, de manera que la persona no pueda ser instrumentalizada para fines ajenos a su misma naturaleza y desarrollo.
Con estas breves líneas, podemos encontrar la guía para la participación democrática, que está lejos de la búsqueda del poder y más centrada en el servicio a la persona y la comunidad. ¿Quién está dispuesto a entrarle?