Aunque los llamamos “Estacionamientos Públicos” en realidad son empresas privadas que brindan un servicio necesario a la sociedad, mientras los vehículos eran pocos, estos negocios fueron poco demandados por el público en general y aprovechados, de alguna manera, por el gobierno y las empresas para disminuir sus costos de inversión en espacio ocioso para la producción, pero necesario para el trabajo y la distribución de los bienes y servicios.
Sin embargo, a partir de finales de los 90’s el parque vehicular se disparó en ciudades medias como Culiacán y Mazatlán. La posibilidad de acceder a créditos relativamente baratos, y el aumento constante del servicio público, hizo que adquirir un auto propio fuera bastante rentable y asequible, incluso para familias de una clase media emergente.
Junto con el aumento del parque vehicular vinieron los problemas de congestionamiento vial y de disponibilidad de espacios para estacionar los vehículos, aún así, las aceras brindaron una opción importante a los propietarios, especialmente en el Centro Histórico.
La remodelación de este importante sector de la ciudad, ha hecho que existan menos espacios disponibles para estacionarse en la calle, la autoridad no ha sido capaz de ofrecer a la ciudadanía un servicio de transporte público eficiente, por lo que los automóviles se siguen acumulando y el problema crece día con día.
Junto con la desaparición de espacios en la calle para estacionar, la autoridad ha descuidado la regulación y vigilancia de los estacionamientos públicos, los cuales, por ser “públicos” requieren de ciertas normas, que incluyen seguridad, vialidad y costo justo, entre otras cosas. Pero cualquier terreno es aprovechado para operar un negocio de esta especie, las empresas de atención al público no son obligadas a tener espacios, ya sea para sus empleados o sus clientes, y todo ello va generando un desagradable desorden en el centro de la ciudad, que más allá de verse bien por las remodelaciones, se vuelve inoperante por el exceso de automóviles y la falta de orden consecuencia de una nula planeación. Como si fuera poco, las autoridades disponen de las banquetas para dejar ahí sus vehículos, incomodando aún más a la ciudadanía.
Hasta hoy, no existe ningún reglamento que prohíba o regule el estacionamiento callejero, pero tampoco hay una regulación que ayude a que los clientes y prestadores de servicios de estacionamiento tengan certeza en sus operaciones.
Creo que bien vale la pena que nuestras autoridades municipales utilicen sus neuronas para buscar soluciones a estos problemas y no se conformen con dejar unas calles bonitas, sin capacidad de operar adecuadamente.