El ejercicio de la paternidad es sin duda el mayor reto que enfrentamos los padres hoy en día. Nuestros hijos pertenecen a una época que nosotros no hemos terminado de entender (especialmente para quienes nacimos antes de 1990) y eso hace particularmente difícil la comunicación. Nuestros argumentos, nuestras prioridades, nuestros paradigmas, no son entendidos por nuestros hijos, les parece algo ajeno a ellos.
Por ello, el reto de ser padre en esta segunda década del siglo XXI es un desafío que requiere de nuestro tiempo, de calidad, si, pero no nos engañemos, también de cantidad. Tenemos que aprender a ser muy eficientes con los deberes y responsabilidades que nos tocan en el mundo laboral, para así, disponer de la mayor cantidad de tiempo posible para acercarnos, observar, escuchar, dialogar y entender a nuestros hijos. Ello implica la renuncia a muchos de nuestros gustos y espacios de esparcimiento.
Pasar tiempo con nuestros hijos debe ser una de nuestras principales preocupaciones y ocupaciones, ciertamente hay que ser proveedores del hogar y llevar todo lo necesario par brindarles casa, vestido, sustento, educación y esparcimiento pero, ¿para qué lo queremos dar si no lo compartimos con ellos?, ¿es lo que necesitan o es a nosotros como personas y modelos?
Tradicionalmente la educación de los hijos se ha delegado a las madres, pero el mundo ya cambió, las madres, como nosotros, también tienen que asumir responsabilidades en el mundo laboral y en la comunidad… y también necesitan descansar; por ello es necesario que los papás nos involucremos más, seamos más cercanos, más cariñosos y más versátiles incluyendo las labores del hogar. Por poco que nos guste, lavar platos, barrer, cocinar y limpiar, hacer camas y lavar ropa, son hoy también obligaciones nuestras que debemos cumplir de manera alegre y generosa.
La calidad del tiempo, mucho tiempo que pasemos con nuestros hijos, no requiere de esfuerzos adicionales: leerle un cuento, o inventar una historia, ayudar en la tarea, jugar al fútbol o armar rompecabezas, ver la televisión, acompañar en la internet y redes sociales, vestir a una muñeca o saltar la cuerda, son cosas que nuestros hijos atesorarán en su corazón… al mismo tiempo, sin necesidad de palabras a veces, estaremos transmitiendo valores, conocimiento, autoestima y cariño a esos pequeños.
No debemos ser sus amigos, ellos ya tienen los suyos, tal vez incluso muchos, tenemos que ser sus padres: corregirlos, encaminarlos, animarlos y darles ejemplo son las tareas que nos corresponden principalmente, lo que no significa que nuestra relación deba ser hosca o distante, por el contrario, mientras más cercanos seamos a ellos, más fácil será ganar su respeto y su amor.
La tarea es monumental, el ambiente social que vivimos, adverso, pero la recompensa es enorme: ver a un niño o una niña convertirse en un hombre o una mujer de provecho para la sociedad. ¿Usted qué opina, podremos hacer algo mejor por cambiar al mundo?