Hay muchos analistas políticos a los que me gusta leer, normalmente tienen criterios parcializados, pero válidos para el análisis de la realidad, y por tanto sus comentarios suelen ser, si no siempre acertados, por lo menos inteligentes constructivos y aportan ideas para el debate y el razonamiento de la sociedad.
Pero una persona no puede ser experta en todo, mucho menos en aquello a lo que es ajeno. La gran mayoría de los analistas se proclaman laicistas, si no es que abiertamente ateos, pero cuando se trata de hablar de la Iglesia Católica, afilan las plumas y dejan volar la imaginación, haciendo análisis con los mismos criterios que utilizan para abordar los temas de los gobiernos temporales. Olvidan que la Iglesia, más allá de las intrigas e intereses humanos, tiene una dimensión espiritual que la define y diferencia del resto de los gobiernos en el mundo; el hecho de que no crean en ello, no lo hace menos verdadero e importante al especular en el resultado de determinada acción política del clero.
Cuando se habla de la sucesión papal, lo menos que se nota en sus escritos es ignorancia, cuando no verdadera estupidez. Pensar que los criterios políticos ordinarios pueden servir para prever el resultado de un cónclave tiene, la gran mayoría de las veces, pésimos resultados. Ahora están envalentonados porque el cardenal Joseph Ratzinger salió electo en el último cónclave, cuando así lo habían previsto la mayoría de los medios. Sin embargo, es un acierto contra muchos fallos, es decir, lo más probable es que ahora tampoco tengan mucho tino. Por eso suelen mencionar al menos 8 candidatos, así tienen mayor probabilidad de atinar. En fin, para los creyentes, quien gobierna a la Iglesia es el Espíritu Santo, por eso la decisión de quedarse de Juan Pablo II es tan acertada como la de Benedicto XVI de renunciar al cargo. Del mismo modo, quien resulte electo, será por obra del mismo Espíritu, y no por las pasiones de los señores cardenales, que vaya que las tienen, como cualquier otro hijo de Dios que se reconoce pecador y necesitado de la gracia.