Palabras del Papa Francisco antes de la oración del ángelus este domingo 25 de junio
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En el Evangelio de hoy (cf. Mt 10, 26-33), después de haber llamado y enviado a sus discípulos en misión, el Señor les instruye y les prepara para afrontar las pruebas y las persecuciones que ellos encontrarán.
Partir en misión, no es hacer turismo, y Jesús advierte a los suyos: "encontraréis persecuciones". Les exhorta así: "No tengáis miedo de los hombres, porque no hay nada oculto que no será revelado... Lo que os digo en las tinieblas decídlo vosotros a la luz... y no tengáis miedo de los que matan el cuerpo, porque no tienen el poder de matar el alma" (vv. 26-28). Ellos pueden matar el cuerpo, pero no tienen el poder de matar el alma: no tengáis miedo de ellos.
El envío en misión por Jesús no garantiza a los discípulos el éxito, lo mismo que no les pone al abrigo de los fracasos ni de los sufrimientos. Tienen que tener en cuenta la posibilidad de rechazo lo mismo que de la persecución. Esto da un poco de miedo, pero es la verdad. El discípulo está llamado a conformar su vida a la de Cristo que ha sido perseguido por los hombres, ha conocido el rechazo, el abandono y la muerte en cruz. No hay misión cristiana con la enseña de la tranquilidad! Las dificultades y las tribulaciones forman parte de la obra de la evangelización, y estamos llamados a encontrar la ocasión de verificar la autenticidad de nuestra fe y de nuestra relación con Jesús. Debemos considerar estas dificultades como la posibilidad de ser todavía más misioneros y de crecer en esta confianza en Dios, nuestro Padre, que no abandona a sus hijos a la hora de la tempestad.
En las dificultades del testimonio cristiano en el mundo, no somos olvidados jamás, sino asistidos siempre por la solícita atención del Padre.Por eso en el Evangelio de hoy, Jesús tranquiliza a sus discípulos por tres veces diciendo: "No temáis "!
En nuestros días también, hermanos y hermanas, la persecución contra los cristianos está presente. Oramos por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y alabamos a Dios, porque a pesar de esto continúan dando testimonio de su fe con valentía y con fidelidad.
Que su ejemplo nos ayude a no dudar a tomar posición por Cristo, dando testimonio con valentía en las situaciones de cada día incluso en el contexto de aparente tranquilidad.
La ausencia de hostilidad o de tribulaciones puede ser una forma de prueba. El Señor nos envía también en nuestra época no solamente como "ovejas en medio de lobos" sino como centinelas en medio de la gente que no quiere ser despertada de su torpeza mundana, que ignora las palabras de Verdad del Evangelio, construyéndose sus propias verdades efímeras. Y si vamos o si vivimos en estos contextos y si decimos Palabras del Evangelio, esto molesta y nos miran de reojo.
Pero en todo esto, el Señor sigue diciéndonos, como les decía a sus discípulos en su tiempo: "No tengáis miedo"! No olvidemos esta palabra: cuando estamos atribulados por algo, alguna persecución, alguna cosa que nos hace sufrir, escuchemos siempre la voz de Jesús en nuestro corazón: "No tengas miedo! No tengas miedo, avanza! Yo estoy contigo!"
No tengáis miedo a que os ridiculicen y os maltraten, y no tengáis miedo de que os ignoren o "delante" os honoren pero "detrás" combaten el Evangelio. Hay tantos que, delante, nos sonríen y detrás combaten el Evangelio. Conocemos todos. Jesús no nos deja solos porque somos preciosos para él. Por eso él no nos deja solos: cada uno de nosotros es precioso para Jesús, y él nos acompaña.
Que la Virgen María, modelo de adhesión humilde y valiente a la Palabra de Dios, nos ayude a comprender que en el testimonio de la fe no son los éxitos lo que cuentan sino la fidelidad, la fidelidad a Cristo, reconociendo en toda circunstancia, incluso en las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros.
Texto completo de las palabras del Papa en el ángelus del domingo 18 de junio de 2017
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En Italia y en muchos países se celebran este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo: con frecuencia se utiliza el nombre en latín, Corpus Domini o Corpus Christi. Cada domingo la comunidad eclesial se reúne alrededor de la Eucaristía, sacramento instituido por Jesús en la Última cena. Así cada año tenemos la alegría de celebrar la fiesta dedicada a este misterio central de la fe, para expresar en plenitud nuestra adoración a Cristo que se dona como alimento y bebida de salvación.
El pasaje del Evangelio de hoy, tomado de San Juan, es una parte del discurso sobre el "Pan de vida" (cf. 6,51-58). Jesús afirma: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. [...] El pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo"(v. 51). Él quiere decir que el Padre lo envió al mundo como alimento de vida eterna y que para ello Él se sacrificará a sí mismo, su carne.
De hecho, Jesús, en la cruz, ha donado su cuerpo y ha derramado su sangre. El Hijo del hombre crucificado es el verdadero Cordero pascual, que hace salir de la esclavitud del pecado y sostiene en el camino hacia la tierra prometida. La Eucaristía es el sacramento de su carne dada para hacer vivir el mundo; quien se nutre de este alimento permanece en Jesús y vive por Él. Asimilar a Jesús significa estar en él, volviéndose hijos en el Hijo.
En la Eucaristía, Jesús, como lo hizo con los discípulos de Emaús, se pone a nuestro lado, peregrinos en la historia, para alimentar en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; para confortarnos en las pruebas; para sostenernos en el compromiso por la justicia y la paz.
Esta presencia solidaria del Hijo de Dios está en todas partes: en las ciudades y en el campo, en el Norte y Sur del mundo, en países de tradición cristiana y en los de primera evangelización.
Y en la Eucaristía Él se ofrece a sí mismo como fuerza espiritual para ayudarnos a poner en práctica su mandamiento: amarnos los unos a otros como Él nos ha amado, mediante la construcción de comunidades acogedoras y abiertas a las necesidades de todos, especialmente de las personas más frágiles, pobres y necesitadas.
Nutrirnos de Jesús Eucaristía significa además abandonarnos con confianza en Él y dejarnos guiar por Él. Se trata de recibir a Jesús en el lugar del propio 'yo'. De este modo el amor gratuito recibido de Jesús en la comunión eucarística, con la obra del Espíritu Santo, alimenta el amor por Dios y por los hermanos y hermanas que encontramos en el camino de cada día. Nutridos por el Cuerpo de Cristo, nos volvemos cada vez más y concretamente, Cuerpo Místico de Cristo.
Nos lo recuerda el Apóstol Pablo: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan».(1 Cor 10,16-17).
La Virgen María, que siempre ha estado unida a Jesús Pan de Vida, nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, a nutrirnos de ella con fe, para vivir en comunión con Dios y con hermanos».
Palabras del Papa Francisco antes del ángelus de este domingo 11 de junio de 2017
Queridos hermanos y hermanas buenos días!
Las lecturas bíblicas de este domingo, fiesta de la Santísima Trinidad, nos ayudan a entrar en el misterio de la identidad de Dios.
La segunda lectura presenta los deseos que San Pablo dirige a la comunidad de Corinto: "Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13).
Esta "bendición" del apóstol es el fruto de su experiencia personal del amor de Dios, este amor que Cristo resucitado le ha revelado, quien ha transformado su vida y le ha "impulsado" a llevar el Evangelio a los gentiles.
A partir de esta experiencia de gracia, Pablo puede exhortar a los cristianos por estas palabras: "Estad alegres, tended a la perfección, animaos mutuamente (...) vivid en paz (v. 11). La comunidad cristiana, a pesar de todas las limitaciones humanas, puede convertirse en un reflejo de la comunión de la Trinidad, de su bondad y de su belleza. Pero esto, como el mismo Pablo dice, pasa necesariamente por la experiencia de la misericordia de Dios, de su perdón.
Es lo que les pasa a los judíos en el camino del Éxodo. Cuando el pueblo rompió la Alianza, Dios se presentó a Moisés en la nube para renovar el pacto, proclamando su nombre y su significado: "El Señor, Dios misericordioso y de compasión, lento a la cólera y rico en amor y en fidelidad" (Ex 34,6). Este nombre expresa que Dios no está lejos ni cerrado en sí mismo, sino que él es Vida y quiere comunicarse, que es apertura, que es Amor que rescata al hombre de su infidelidad, porque él se ofrece a nosotros para colmar nuestras limitaciones y nuestras faltas, para perdonar nuestros errores, para devolvernos al camino de la justicia y de la verdad. Esta revelación de Dios ha llegado a su cumplimiento en el Nuevo Testamento gracias a la palabra de Cristo y a su misión de salvación. Jesús nos ha manifestado el rostro de Dios, Uno en la sustancia y Trino en las personas. Dios es enteramente y únicamente amor, en una relación subsistente que crea, rescata y santifica toda cosa: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Evangelio de hoy "pone en escena" a Nicodemo, que, aun ocupando un puesto importante en la comunidad religiosa y civil de la época, no ha cesado de buscar a Dios. Y he aquí que ha percibido el eco de la voz de aquel en Jesús. A lo largo de su diálogo nocturno con el Nazareno, Nicodemo comprende finalmente que él ha sido buscado por Dios, que es amado personalmente.
Dios siempre es el primero en buscarnos, el primero en esperarnos, el primero en amarnos. Es como la flor del almendro, dice el profeta: es la primera en florecer" (cfr. Jer 1, 11-12)
Jesús en efecto le habla así: "Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su único Hijo, para que aquél que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Qué es esta vida eterna? Es el amor desmesurado y gratuito del Padre que Jesús ha dado en la cruz, ofreciendo su vida por nuestra salvación. Este amor por la acción del espíritu Santo, ha hecho resplandecer una luz nueva sobre la tierra y en todo corazón humano que le acoge, una luz que revela los ángulos sombríos, las durezas que nos impiden llevar los buenos frutos de la caridad y de la misericordia.
Que la Virgen María nos ayude a entrar siempre cada vez más, con todo nuestro ser, en la comunión trinitaria, para vivir y testimoniar del amor que da sentido a nuestra existencia.
Palabras del Papa Francisco antes del Regina Coeli de este domingo 28 de mayo de 2017
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Celebramos hoy en Italia y en otros países la fiesta de la Ascensión, sucedida 40 días después de Pascua.
La página evangélica (cf. Mt 28, 16-20), que concluye el evangelio de San Mateo, nos presenta el momento de la despedida definitiva del Resucitado a sus discípulos. La escena se sitúa en Galilea, el lugar donde Jesús les había llamado a seguirle y a formar el primer núcleo de su nueva comunidad. Ahora, estos discípulos son pasados por el "fuego" de la pasión y de la resurrección. A la vista del Señor resucitado, se prosternan delante de él, pero algunos tenían todavía dudas. En esta comunidad asustada, Jesús deja la inmensa tarea de evangelizar el mundo y concretiza esta misión con la orden de enseñar y de bautizar en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. v. 19).
La Ascensión de Jesús al Cielo constituye así el término de la misión que el Hijo ha recibido del Padre y la puesta en marcha de la continuación de esta misión por parte de la Iglesia. A partir de este momento, la presencia de Cristo en el mundo tiene como medidores a sus discípulos, aquellos que creen en él y que lo anuncian.
Esta misión durará hasta el final de la historia y disfrutará cada día de la asistencia del Señor resucitado, que declara: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (v. 20).
Su presencia aporta fuerza en la persecución, reconforte en las tribulaciones, apoyo en las situaciones de dificultad que se conocen en la misión y en el anuncio del Evangelio.
La Ascensión nos recuerda esta asistencia de Jesús y de su espíritu que da confianza, da seguridad a nuestro testimonio en el mundo. Nos revela por qué la Iglesia existe: La Iglesia existe para anunciar el Evangelio! Solo por eso. Y también es la alegría de la Iglesia anunciar el Evangelio. La Iglesia, somos todos nosotros, los bautizados!
Estamos todos invitados hoy a comprender mejor que Dios nos ha dado la gran dignidad y la gran responsabilidad de anunciarle al mundo, de hacerle accesible a la humanidad. He aquí nuestra dignidad, he aquí el mayor honor de cada uno de nosotros, de todos los bautizados!
En esta fiesta de la ascensión, cuando nosotros volvemos la mirada hacia el Cielo, donde subió Cristo y está sentado a la derecha del Padre, fortalecemos nuestros pasos sobre la tierra, para continuar con decisión y entusiasmo nuestro camino, nuestra misión de testimoniar y de vivir el Evangelio en todos los medios.
Pero somos conscientes que esto no depende ante todo de nuestras fuerzas, de la capacidad de organización o de recursos humanos. Es solamente con la luz y con la fuerza del Espíritu Santo que podemos cumplir eficazmente nuestra misión de dar a conocer siempre cada vez más y de hacer que los otros tengan la experiencia del amor y de la ternura de Jesús.
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a contemplar los bienes celestes que el Señor nos promete y a convertirnos en los testigos siempre creibles de su Resurrección, de la verdadera Vida.