Pedro de Legarreta Lores
Una de las mayores dificultades que tienen las autoridades de un país o una región es la de lograr impactar con sus políticas en la vida cotidiana de la población. La dificultad aumenta cuando estas políticas deben hacer, de manera indirecta, que se creen empleos, se aumenten los ingresos, se mejoren las ventas o se acerquen nuevos inversores. Pero sin duda la mayor dificultad se encuentra en conciliar las necesidades de ingresos del Estado (vía impuestos), con los incentivos para que la economía se mantenga activa. En general, esto suele ser una técnica de prueba y error, aunque hay, por supuesto, estrategias ya probadas que se utilizan de manera habitual por los gobiernos para lograr los objetivos deseados.
Más importante aún que la política aplicada es contar con el diagnóstico correcto, conocer las causas por las que el empleo no crece, los salarios están bajos o las ventas están lentas… si equivocamos el diagnóstico, los mecanismos que se elijan serán igualmente equívocos y no darán resultado e incluso podrían agravar el problema.
Del mismo modo, es importante medir el impacto de las medidas tomadas, qué tan relevantes están resultando para lograr las metas establecidas. Las autoridades suelen confundirse en cuanto a los buenos desempeños, y esto se debe, no a que sean tontos, sino en buena medida a los cortesanos que los rodean y les dicen que todo lo que hacen está muy bien. No, se deben tener herramientas precisas que sirvan para determinar si la acción o política pública está sirviendo para el caso.
Por ejemplo, es común que nuestros gobernantes utilicen la afiliación al Seguro Social como un medio para determinar el crecimiento del empleo, esta es una herramienta que puede ayudar a valorar esta variable económica en tiempos normales, pero cuando además se implementan políticas para aumentar la formalidad del empleo, es decir, trabajos preexistentes que se formalizan dando al trabajador los derechos de salud, vivienda y retiro (una excelente y justa medida, por lo demás), este indicador se vuelve inadecuado, ya que el número de afiliados al IMSS aumentará en una proporción mayor a la de los nuevos empleos creados.
Lo malo de errar en el uso de estas herramientas, no es solo que la autoridad engañe a la sociedad (lo que ya de por sí es muy negativo) sino que además el propio gobernante se auto engaña, suponiendo que sus políticas públicas están teniendo un efecto superior al que realmente tienen, evitando que corrija el rumbo y consiga un mejor desempeño… a la larga saldrán a la luz los errores, y sobre todo, el descontento de aquellos que no han podido acceder a tan vital recurso para la vida como es un trabajo honesto y remunerado.
Las personas que deciden ingresar al servicio de la sociedad mediante la noble tarea de la política, deben ser honestos, no solo en lo material, sino especialmente en lo intelectual y en los valores, ya que de otra manera envilecen tan noble actividad, alejándose de los ciudadanos y creando un malestar del que más pronto que tarde tendrán que rendir cuentas a una sociedad cada vez más participativa.
Palabras del Papa Francisco en el ángelus de este domingo 22 de noviembre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En este último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Cristo Rey. Y el Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús mientras se presenta ante Pilatos como rey de un reino que “no es de este mundo”. Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey de otro modo, pero es rey en este mundo. Se trata de una contraposición entre dos lógicas. La lógica mundana se apoya en la ambición, en la competición, combate con las armas del miedo, del chantaje y de la manipulación de las conciencias. La lógica del Evangelio, es decir, la lógica de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y en la gratuidad, se afirma silenciosamente pero eficazmente con la fuerza de la verdad. Los reinos de este mundo a veces se sostienen con prepotencias, rivalidades, opresiones; el reino de Cristo es un “reino de justicia, de amor y de paz”.
Jesús se ha revelado rey, ¿cuándo? ¡En el evento de la Cruz! Quien mira a la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Pero alguno de vosotros puede decir: “Pero padre, ¡esto ha sido un fracaso!” Es precisamente en el fracaso del pecado, que el pecado es un fracaso. En el fracaso de las ambiciones humanas, ahí está el triunfo de la Cruz, está la gratuidad del amor. En el fracaso de la Cruz, se ve el amor. Y este amor que es gratuito, que nos da Jesús. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la Cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que se muestra como el cumplimiento de una vida gastada en la total entrega de sí en favor de la humanidad. En el Calvario, los transeúntes y los jefes se burlan de Jesús clavado en la Cruz, y le lanzan el desafío: “¡Sálvate a ti mismo bajando de la Cruz! ¡Sálvate a ti mismo!”. Pero paradójicamente la verdad de Jesús es precisamente aquella que en tono de ironía le lanzan sus adversarios: “¡No puede salvarse a sí mismo!”. Si Jesús hubiera bajado de la cruz, habría cedido a las tentaciones del príncipe de este mundo; en cambio Él no puede salvarse a sí mismo precisamente para poder salvar a los demás, porque precisamente ha dado su vida por nosotros, por cada uno de nosotros. Pero decir: “Jesús ha dado su vida por el mundo”, es verdad. Pero es más hermoso decir: “¡Jesús ha dado su vida por mí!” Y hoy, en la Plaza, cada uno de nosotros diga en su corazón: “Ha dado su vida por mí, para poder salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados”.
Y esto, ¿quién lo ha entendido? Lo ha entendido bien uno de los dos malhechores que son crucificados con Él, llamado el “buen ladrón”, que Le suplica: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”. Pero este era un malhechor, era un corrupto, y estaba precisamente allí, condenado a muerte por todas las brutalidades que había cometido en su vida... Pero ha visto en el comportamiento de Jesús, en la mansedumbre de Jesús, el amor. Y esta es la fuerza del reino de Cristo, el amor. Por esto la majestad de Jesús no nos oprime, sino que nos libera de nuestras debilidades y miserias, animándonos a recorrer los caminos del bien, de la reconciliación y del perdón. Miremos la Cruz de Jesús, miremos al “buen ladrón”, y digamos todos juntos lo que ha dicho el “buen ladrón”: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”. Juntos: “Jesús, acuérdate de mí cuando hayas entrado en tu Reino”. Y pedir a Jesús cuando nos sintamos débiles, pecadores, derrotados, que nos mire y decir: “Pero, Tú estas ahí. No te olvides de mí”.
Frente a tantas laceraciones en el mundo y demasiadas heridas en la carne de los hombres, pidamos a la Virgen María que nos sostenga en nuestro compromiso de imitar a Jesús, nuestro rey, haciendo presente su reino con gestos de ternura, de comprensión y de misericordia.
Pedro de Legarreta Lores
El terrorismo y el juego del go
Los paradigmas vigentes durante el siglo XX y particularmente durante la Guerra Fría han quedado totalmente descartados en el panorama mundial, el análisis geopolítico parte ahora de premisas distintas, no hay ya ni dos, ni una fuerza hegemónica. El poderío absoluto de Estados Unidos y aún el que compartió con la Unión Soviética ha quedado extinto.
Del mismo modo, el análisis político, a partir de una teoría de juegos en la que el ajedrez formaba parte fundamental de dicho análisis, ha quedado atrás dando preferencia al Go, un juego chino con reglas muy simples, pocas restricciones y estrategias muy complicadas. Para darse una idea de su aplicación en la vida real el go enfatiza la importancia del equilibrio entre múltiples facetas del juego, cada una con sus propias tensiones internas. Por ejemplo, para asegurar un área en el tablero, es bueno realizar jugadas próximas entre sí. Por otra parte, para cubrir el mayor área, uno debe expandirse, dejando quizás debilidades que pueden ser explotadas. Jugar muy bajo (próximo a los bordes) no asegura un territorio suficiente e influyente, pero jugando muy alto (lejos de los bordes) permite invasiones del oponente. Este juego es dominado por los asiáticos, a principios del siglo XXI, solo 9 jugadores occidentales habrían logrado ser profesionales (razón por cuya estrategia es preferida por los terroristas).
A similitud del go, en las situaciones que vemos actualmente los adversarios no se enfrentan de manera directa sino que están buscando ganar influencia en el terreno de juego, cuando se presenta una oportunidad, los terroristas atacan una posición fuerte del enemigo, resultando en la pérdida de sus agentes, pero logrando debilitar al oponente que en ocasiones pareciera que quiere jugar con las reglas del ajedrez y devuelve el golpe al adversario, pero en un ámbito totalmente distinto.
Es necesario que en occidente aprendamos pronto a jugar al go, y lo hagamos a un buen nivel, si deseamos poder entender y enfrentar exitosamente la envestida terrorista del oriente medio.
Las cruzadas, un poco de historia para entender el presente
Hacia el año 610 d.C. Mahoma fundó la religión del Islam, la cual se esparció rápidamente, para 632 ya controlaba toda la península arábiga y en los siguientes cien años extendería su presencia mediante la guerra por todo el norte de África y hasta España en occidente y hacia el noreste conquistó Mesopotamia y Persia, y por supuesto a la región de Palestina y Siria. Durante muchos años la convivencia en Jerusalén, si bien no estuvo exenta de dificultades, se pudo llevar en relativa paz; sin embargo, en el siglo IX inicia el avance de los pueblos turco-mongoles hacia el oeste, formando las poblaciones musulmanas selyúcidas, quienes se establecen en Bagdad y forman el primer califato de gran importancia, después del año 1000, los selyúcidas sustituirán a los sarracenos en la administración de Jerusalén y empezarán a tener resistencias a la presencia y comercio cristiano en el oriente medio, provocando la inquietud del emperador bizantino Alejo I, quien solicitará al Papa Urbano II la protección de los cristianos de oriente, dando lugar a la primera cruzada.
Antonio Maza Pereda
Justamente en estos días vi en un letrero electrónico advirtiendo a la ciudadanía que está prohibido insultar a la autoridad. Supongo que es una campaña para dar a conocer el contenido del nuevo Reglamento de Tránsito del Gobierno del Distrito Federal. El tema, sin embargo, me puso a reflexionar. Si estoy equivocado y este ordenamiento forma parte de nuestra Constitución, estoy y estamos en graves problemas.
No es que yo tenga muchas ganas de insultar a las autoridades. Pero lo que me preocupa es el intento de silenciar a la ciudadanía cuando quiere expresar su desacuerdo con alguna autoridad. Porque, en principio, no es fácil definir qué cosa es un insulto. La Real Academia Española define insultar como: Ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones. Lo cual nos pone en grave predicamento. ¿Quién define lo que es ofender? A partir de esta descripción, la definición de lo que es insultante depende de los sentimientos que tenga el supuesto ofendido. Bastaría que yo, si fuera autoridad, dijera que las palabras, las acciones o los escritos de cualquier ciudadano me estuvieran provocando o irritando, para que esa persona o institución cayera en una falta contra ese reglamento y fuera sujeto de una sanción.
Da la impresión de que nos encontramos ante un intento, apenas velado, de silenciar a la ciudadanía. Es un claro atentado contra la libertad de expresión, desde el momento en que no se establece con claridad dónde empieza y dónde termina el concepto de insulto. Pongamos algunos ejemplos: si yo le digo corrupto a un policía que me está pidiendo "mordida", el policía me podría acusar de insultos, porque se sintió ofendido e incluso irritado por lo que yo le dije. En otro ámbito, si yo le dijera inepto a algún funcionario público, es decir, a una autoridad, estaría yo cayendo en el ámbito de las conductas prohibidas y sería sujeto a sanciones. Ya hemos tenido el caso de algún senador de la República que ha intentado prohibir que en las redes sociales se ataque a los funcionarios públicos, con la sana intención de poner una mordaza no sólo a los medios en particular, sino a la ciudadanía en general.
Me parece algo muy grave. Nuestras autoridades quieren volver a los tiempos del virreinato, o posiblemente a épocas aún anteriores, donde las autoridades eran sagradas e intocables y no era posible decirles que no estaban funcionando. No cabe duda de que nuestra clase política, misma que aprueba reglamentos como el que estamos comentando, no está ni siquiera en los balbuceos de lo que significa ser una autoridad democrática.
Desgraciadamente, este reglamento ya está aprobado por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y está en vigor. No es fácil echarlo atrás. Y, dada su intención antidemocrática, es muy difícil lograr enmendarlo. Habría que hacer un listado de las palabras altisonantes que deberían considerarse como insultos. También habría que hacer un listado de adjetivos que califican la actuación de las autoridades y que pueden ser usados sin que se consideren insultos, por ejemplo: inepto, corrupto, descuidado, impreparado, inadecuado para su puesto, dictatorial, antidemocrático, autoritario, y otros muchos más que, de acuerdo a la definición de lo que significa un insulto, podrían provocar o irritar a nuestras beneméritas autoridades. En pocas palabras: las autoridades, en lugar de ganarse el aprecio y el reconocimiento de la ciudadanía, prefieren silenciar las justas críticas y las observaciones que los ciudadanos pueden y deben hacer a los funcionarios públicos que no están a la altura de los requerimientos de los puestos que ocupan. Una pésima señal.
De manera que, de ahora en adelante, la ciudadanía tendremos que ser particularmente cuidadosos y delicados para no ofender las sensibilidades de las autoridades, las que han demostrado ampliamente que tienen la piel muy delgada y a las que les molesta cualquier observación que se les haga, independientemente de lo justificada que pueda ser. Porque, con toda probabilidad, muchos se van a decir insultados.
Ni modo. Un clavo más en la tapa del ataúd que la clase política está construyendo para sepultar nuestras libertades y nuestra recién conquistada democracia. Y, tristemente, los medios formales, los que se dicen opinión pública y en realidad son sólo la "opinión publicada", han permanecido sospechosamente callados en este tema. Un ejemplo más de lo que nos espera si la lucha contra la democracia que han emprendido las diversas izquierdas y en algunos casos las derechas, no es detenida.