Este día se celebra en la Iglesia Católica a Todos los Santos, es decir, a todos los que alcanzaron ya la vida eterna en la presencia de Dios, nuestro Creador y Padre.
Siempre que se habla de santos, se piensa en unas estatuas que están en los templos, gente con una vida ejemplar que nos parece prácticamente inalcanzable, especialmente porque casi todos ellos consagraron sus vidas al servicio de las almas por la vida consagrada, pero también existe en la tradición popular, la esperanza de que encontraremos a nuestros seres queridos en la otra vida, gozando de la presencia de Dios, y todos ellos, todos los que han alcanzado esa Gloria, son santos, aunque no estén inscritos en el santoral de la Iglesia.
Esta esperanza de que existe algo más allá de la muerte, es lo que le da sentido a la fe religiosa, es también, en muchos casos lo que nos impulsa a hacer cosas buenas que ningún beneficio aparente nos da en lo personal y nos refrena para realizar el mal a los demás.
Desafortunadamente, cada vez está más difundida la idea de que no importa como actuemos en nuestra vida, esta se acaba con nuestra muerte. Muchos de los que creemos en la existencia de un Ser Superior, no creemos que nuestras acciones sean de su interés o incumbencia y por ello los abusos, las riñas, el odio y la desesperanza crecen día a día en nuestra sociedad.
El mensaje del Papa Francisco, busca ser muy insistente en esto: “Cristo, que es Dios y se hizo hombre, vino a la tierra buscándote a ti en lo personal y quiere que lo conozcas, sepas de su amor y te reconfortes en El”
A pesar de lo sencillo y, al mismo tiempo, espectacular de este mensaje, muchos seguirán buscando la forma de rechazarlo, de criticar a quienes lo hagan vida e incluso de impedir que se viva de acuerdo a esa creencia.
La fiesta de Todos los Santos es un recordatorio perenne de que el llamado de Dios a la felicidad es para todos, que cada uno de nosotros, con nuestros defectos e imperfecciones, somos amados por el Padre Celestial y que desea que lo acompañemos en su Gloria.
Pero recordemos lo que decía San Agustín: “Dios, que te creó sin ti; no te salvará sin ti”. Feliz día a todos.
Tradiciones con orígenes completamente distintos, que sin embargo se han instalado en nuestra sociedad, el Halloween y el Día de Muertos causan polémica en la vida pública, quizá por su cercanía en el calendario y la aparente similitud de lo que celebran.
El Día de Muertos es una tradición originalmente pagana de los naturales de México, concretamente los mexicas, los mayas y los purepechas, quienes a través de esta celebración honraban a quienes se habían ido.
Por su parte el Halloween es una tradición anglosajona, traída por los irlandeses a Estados Unidos y que es una contracción de All Hallows' Eve (Víspera de Todos los Santos), pero también se remonta a una tradición Celta de la era pre romana; la tradición de la calabaza tallada hace referencia a una leyenda sobre un campesino que vence al diablo.
Ambas tradiciones coinciden en el tema de la muerte, sin embargo lo abordan de manera distinta de acuerdo a las realidades culturales de los pueblos.
A pesar de que ambas fiestas fueron cristianizadas, Halloween se ha convertido sobre todo en una fiesta comercial, en la que la venta de disfraces, la realización de fiestas, el consumo de dulces y la promoción de cintas cinematográficas ha superado completamente el sentido original del festejo.
Por su parte el Día de Muertos ha conservado en buena medida su sentido, en parte quizá al gran caricaturista y grabador José Guadalupe Posada, originario de Aguascalientes, quien a finales del siglo XIX o principios del XX creó a La Catrina o Calavera Garbancera, representación de la muerte que imitaba la vida social del pueblo.
Hoy subsiste la tradición de elaborar altares para los seres queridos, como un tributo a su vida y en espera de encontrarnos con ellos en la Vida Eterna.
Ciertamente Día de Muertos es más próximo a nuestras tradiciones que el Halloween, pero en realidad México sufre desde hace tiempo un mestizaje con la cultura norteamericana que hace muy difícil evitar que esta última tradición siga avanzando en nuestro país, especialmente porque es un pretexto más para seguir festejando.
Siria, el cierre de gobierno, la deuda, el Obamacare, el espionaje y sus revelaciones… además de una gran cantidad de conflictos internos en la más importante potencia mundial conforman la lista de los ridículos que sin duda causarían risa de no ser tan seria la situación.
González Casanova está llamando a los antiimperialistas a pensar cuáles son las consecuencias y cómo actuará Estados Unidos ante lo que llama “la derrota del proyecto de dominio de EU”, porque ciertamente, ya sea por falta de liderazgo o bien por una estrategia inadecuada, lo cierto es que otras potencias están ocupando el lugar preponderante que hasta hace pocos años ostentaba la Unión Americana.
Con el odio nacionalista que los mexicanos tenemos hacia el vecino del norte, nos podría causar gracia la situación, desgraciadamente nos afecta de una manera muy negativa y tenemos que ser conscientes de ello.
México ha anclado su destino a la suerte de Estados Unidos, desde hace mucho pero con mayor fuerza, a partir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, un tratado que nos convierte en sus aliados económicos, pero que también nos hace más dependientes de ellos en ese rubro; la caída de estados Unidos, especialmente ante China y Europa, países con los que poco tenemos que ver tanto en lo económico como en lo político, vuelve nuestra situación más precaria de lo que ya ahora tenemos.
Un crecimiento de China en detrimento de Estados Unidos, significa también una grave caída de México en cuanto productor de bienes para la sociedad de consumo norteamericana.
Estados Unidos no dejará caer su liderazgo de manera tan simple como si pasara en el podio olímpico del primero al segundo lugar. Perder la hegemonía significa perder billones de dólares en contratos, en ventas, pero sobre todo, significaría perder la capacidad de pagar sus deudas con su propia moneda, y esto no lo va a conceder tan sencillamente.
Estados Unidos es un gigante herido, pero debemos tener cuidado, porque cuando los gigantes caen, aplastan a los más pequeños, especialmente a los que se encuentran más cerca de ellos.
¿A quién le damos nuestra confianza para que tramiten una reforma política en nuestro país?
Tal vez los adecuados sean los que operaron la caída del sistema en 1988, como el Senador Bartlett; ¿o qué tal los que dejaron tirada a su candidata y operaron a favor de los que ganaron como Lozano, Cordero o Gil?... O bueno, el amigo de la juventud de Carlos Salinas, Manuel Camacho, tal vez los dirigentes del PAN y del PRD que se han entregado en el Pacto por México por entero al gobierno federal; ¿por qué no a los priistas que han renovado al PRI y lo han transformado de tal manera que es irreconocible?
Solo con las preguntas anteriores, podemos decir que la falta de credibilidad y confianza con “nuestros” representantes en el Congreso adolece una grave crisis, en medio de ello, hablar de reformas, la que sea, pero en particular la política, despierta suspicacias entre la población que medianamente lee las noticias.
Y es que la política es una actividad moral, más allá de la técnica o del oficio que se requiera, es necesario contar con la credibilidad y la confianza de la población para representarla de manera adecuada, para tomar las decisiones que sean más enriquecedoras y positivas, para llegar a los acuerdos que desemboquen en la construcción de una sociedad más humana, más digna y más justa.
Desgraciadamente hoy en día nuestros legisladores y gobernantes carecen de capital moral, no es que tengan poco, no lo tienen en absoluto.
El problema es que ante esta situación urge que se levanten liderazgos en la sociedad que encaminen la indignación y el descontento por caminos no violentos, personalidades capaces de doblegar el autoritarismo de la clase gobernante, personajes de la estatura de Daniel O’Connell, Mahatma Gandhi o Martin Luther King. Personajes que lucharon en Irlanda, India y Estados Unidos por los derechos de las personas y fueron capaces de superar al sistema, aunque en ello les fue la vida. Desgraciadamente hoy no existe una figura así en nuestro México, y no es por falta de capacidad, sino por falta de entrega y amor a nuestro país, pero si no encontramos pronto ese liderazgo tan necesario, las consecuencias podrían ser funestas.